CIUDAD DE MÉXICO — Al caminar por un callejón detrás de un modesto edificio comercial, es fácil pasar de largo por Bikini Wax, uno de los centros de la efervescente escena artística de la ciudad.
Bikini Wax es un colectivo de artistas ubicado en una casa de tres habitaciones donde la frontera entre lo público y lo privado se desvanece. A los artistas visitantes se les invita a usar el espacio para crear exhibiciones en las que el proceso tiene el mismo peso que el trabajo terminado.
“Lo que no queremos es que sea un espacio de exposiciones que podría estar en cualquier lugar del mundo”, comenta Daniel Aguilar Ruvalcaba, el fundador del colectivo integrado por nueve personas. “Producir arte en la periferia nos da posibilidades de soñar”.
En la planta baja, el artista indio Vaibhav Raj Shah escribía miles de pequeñas calificaciones en color rojo (60/100, 70/100) al lado de manchas en las paredes de la casa que son parte de su comentario sobre cómo se concibe la perfección para su exposición “The Beauty Inspector”.
Toda la casa transmite una sensación de obras en proceso creativo, un ejemplo es la pila de madera en la azotea o las varillas metálicas en la escalera de servicio que nos conduce a las instalaciones. Pero esos elementos que parecen escombros en realidad son restos de exposiciones anteriores por lo que todas se funden en la estética maleable del colectivo que es, al mismo tiempo, mexicana y mundial.
“Consideramos cómo adaptar el debate internacional a México”, explica Sandra Sánchez, una curadora del grupo. Siempre hubo episodios en los que el espíritu que está detrás de un esfuerzo artístico converge con el patrocinio y la posibilidad de aterrizar en una ciudad específica. Eso ocurrió aquí después de la Revolución mexicana, cuando los muralistas encontraron una causa común con una ideología gubernamental que estaba fuertemente comprometida, al menos de palabra, con la justicia social.
En el difuso mundo del arte global se percibe que algo vuelve a pasar acá. Y está muy acorde con el siglo XXI, a juzgar por la atracción que la ingenuidad local y el perverso encanto de la clase trabajadora de esta ciudad ejercen sobre artistas que recurren a una sofisticada presencia digital para proyectar su trabajo en todo el mundo.
“Las redes sociales son una de las razones por las que México atrae tanta atención”, dice Chris Sharp, un curador estadounidense que hace tres años se mudó de París a la capital mexicana, donde fundó Proyectos Lulu junto con el artista Martín Soto Climent. “Hay más oportunidad de tener visibilidad internacional”.
Los blogs y las revistas virtuales buscan exhibiciones en espacios independientes de la capital mexicana. “Esta ciudad es un poco como Detroit en el imaginario artístico global. Hay un atractivo exótico inherente a la urbe que las redes sociales aumentan”, comentó Sharp.
Los artistas que dirigen espacios saben muy bien cómo llegar a una audiencia mundial. “Para todo espacio, la documentación es básica”, explica Francisco Cordero-Oceguera, el fundador de un pequeño espacio llamado Lodos. “Tienes un alcance infinito si tienes un espacio en internet y una cuenta de Twitter”.
Los numerosos museos de la ciudad y los nuevos coleccionistas ayudan a concentrar el interés, junto con algo de apoyo gubernamental y el respaldo de unas cuantas compañías y filántropos. Pero la parte más vital de este movimiento son los proyectos dirigidos por artistas como Bikini Wax.
En estos tres años han aparecido unos 60 espacios nuevos, comenta la artista Tamara Ibarra que desarrolla un estudio académico sobre este fenómeno. También trabaja en un portal digital para que los proyectos presenten exposiciones y almacenen archivos. “La información debería socializarse, todo debería compartirse”, comenta Ibarra.
Algunos de estos espacios nuevos, como Lodos, no tienen más de una habitación. Cordero-Oceguera creó el espacio para exhibir el trabajo de colegas artistas, y los coleccionistas llegaron solos. Otros locales son mucho más grandes, como la elegante mansión de principios del siglo XX que Anuar Maauad restauró para crear un sitio de exposiciones y una residencia para artistas nacionales y extranjeros.
Lo que todos estos lugares tienen en común es una presencia múltiple, anclada en la urbe, que después se reseña y debate en internet. La ciudad ha emergido por motivos prácticos. Es barato vivir aquí, y los artistas han encontrado espacios en barrios que poco a poco se están gentrificando como Escandón, San Rafael o Roma Sur, al margen de otras áreas de moda o distritos comerciales.
Al mismo tiempo, la Ciudad de México está lo suficientemente cerca de Europa y Estados Unidos como para que los curadores y coleccionistas puedan viajar con facilidad, como evidencia el crecimiento de la feria anual llamada Zona Maco. Sin embargo, la escena artística emergente tiene su propio foro alternativo: la Material Art Fair que ya cumplió tres años.
“Es necesario un cambio en el debate internacional sobre arte mexicano porque los artistas jóvenes están cambiando”, dice Brett W. Schultz, director creativo de Material Art Fair y cofundador de Yautepec, una galería capitalina. “Sus proyectos son posibles gracias a la conectividad continua y la cultura digital”.
Si existe un centro para esto sería SOMA, la escuela que creó el artista Yoshua Okón en el barrio de San Pedro de los Pinos. La escuela, fundada en 2009, ofrece una maestría de dos años y cursos cortos para curadores y teóricos que atrae a estudiantes de todo el mundo.
Los miércoles en el SOMA, en los que un artista visitante da una charla o presentación, se han convertido en un punto de encuentro. Su directora, Bárbara Hernández, planea comenzar a grabar podcasts de los eventos.
Okón fue uno de los fundadores de los primeros espacios dirigidos por artistas en los 90, y puso en movimiento a una generación que había ganado renombre internacional. Para la década de 2000, esos artistas comenzaron a exponer en el extranjero.
En estos momentos la galería más importante de la ciudad, Kurimanzutto, expone el trabajo de cinco de ellos entre los que se encuentran Gabriel Orozco y Abraham Cruzvillegas.
Después de la unidad vivida durante los primeros años, la escena del arte estaba atomizada “y nadie sabía lo que estaban haciendo los demás”, comentó Okón. “Vi Soma como una forma de adaptarse al nuevo contexto”, dice. “Soma es un contrapeso para el mercado”.
La pregunta es cómo y cuánto tiempo durará esto. “Este tipo de proyectos tiene una fecha de caducidad” comenta Maauad. “O desaparecen o se convierten en galerías”.
Ibarra fue más generosa y dijo: “Espero que, reflexionando, podamos convertirlo en algo más permanente”.
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